9.12.11

HISTORIA DE LA RESERVA MILITAR VOLUNTARIA

Las milicias concejiles eran movilizadas por los municipios mediante el llamamiento a las armas de todos los vecinos de la ciudad y de su término que estuviesen en edad y condiciones de combatir y son el preludio e inicio histórico de la Reserva Militar Voluntaria (RV)
El Reservista, con uno u otro nombre, ha existido desde antes de la creación de los ejércitos como sustituto de ellos y como complemento de capacidades; y es ahora una necesidad permanente, no coyuntural, de las FAS. La Reserva no puede existir sin los ejércitos, pero el sistema adoptado de total profesionalización de éstos no se entiende sin la existencia de un sistema de reserva. Sistema en el que, más que una orgánica y una normativa, es una historia de generosidad acrecentada en los tiempos actuales, por su característica principal, la voluntariedad, que lleva al reservista voluntario a adquirir la categoría de doble ciudadano (Winston Churchill).
En esta noble historia, llena de altruismo y entrega, los protagonistas son los hombres y mujeres que, sin pedir nada a cambio, ofrecen parte de su tiempo, de sus afectos y de sus ilusiones a la tarea de participar, como militares a tiempo parcial, en la defensa de España y de sus intereses.
El sistema de reserva se encuentra instaurado sobre la base de unos valores sentidos, aportados y mantenidos por aquellos ciudadanos que decidieron convertirse en Reservistas, de manera libre y voluntaria, con la colaboración de sus familias y empleadores que lo permiten y apoyan, sin los que el sistema carecería de sentido. En estas cualidades reside precisamente la pujanza del sistema de reserva. En las esencias castrenses que lo sustentan: el espíritu de reservismo, que le aporta solidez y le convierte en algo vivo e irreversible; en el poderoso motor que lo empuja siempre hacia delante en busca de un futuro, sin duda alguna, prometedor.
La institución militar, en casi todos los países de nuestro entorno de defensa, se ha encontrado de buenas a primeras con la inclusión en sus filas de ciudadanos que, por unos días o semanas, aportan a las FAS su experiencia y capacidades profesionales al amparo del mandato constitucional de que la defensa de España es derecho y deber de todos los españoles.
En los últimos años se ha realizado la total profesionalización de nuestras FAS y uno de sus pilares más importantes es la Reserva Militar Voluntaria y el Reservista, como ciudadano que, de una manera desinteresada y generosa, entrega parte de su tiempo y de sus afectos a las FAS para convertirse en militar a tiempo parcial.
Hay muchos españoles que aun no conocen la existencia del Sistema de Reserva y de su actual protagonista, el Reservista Voluntario (RV), con sus tres grandes sostenedores, la familia, el empleador y las propias FAS, sin los cuales no sería posible su existencia.
Debemos rendir homenaje a todos los creadores del espíritu del reservismo, mantenido hasta nuestros días aun a costa de sacrificios de todo tipo. Fueron los procedentes de la Milicia Universitaria, en los tres Ejércitos, los que quisieron seguir conservando los lazos que les unían a las FAS tras su paso por el SMO y así lo hicieron a través de asociaciones o individualmente.
La Reserva Militar va unida indefectiblemente a las grandes gestas de los ejércitos y éstos son tan antiguos como nuestra historia. El bautismo de fuego, la primera activación real que constituyó la participación de los RRVV fue la operación Respuesta Solidaria de ayuda a Indonesia con ocasión del maremoto que asoló sus costas en diciembre de 2004.
Los actuales RRVV, son herederos de aquellas milicias concejiles que hace siglos constituyeron algo parecido a lo que ahora entendemos por reservistas.
El concepto que más nos puede acercar de forma rápida y sencilla al reservismo es el de militar a tiempo parcial. Buscando en la historia encontramos ciudadanos que por una u otra razón debían estar preparados, en caso de ser llamados ante situaciones de peligro, para acudir a la llamada y cumplir una misión militar poniéndose bajo la autoridad de los concejos, de los señores o del propio rey. Ese concepto se ajusta al de milicia como fuerza no permanente (Reserva) que es llamada con una misión de apoyo específica a los ejércitos.
El servicio militar visigodo era obligatorio para todos los hombres libres, hasta que el rey Wamba lo extendió a los siervos. En la ley de Ervigio se le llama principali servitio y en la de Egica, servicius noster. Además de ese servicio obligatorio existía una llamada de urgencia mediante la que debían acudir todos sin excepción en un radio de 100 millas (algo menos de 200 kilómetros) al lugar amenazado. Esta llamada se hacía expeditivamente mediante bocinas, cuernos o caracolas, tal como se haría en la Reconquista, iussit intunare buccinis, vibrare hastas, leemos en un documento altomedieval. Había un tercer tipo de llamamiento con hombres que quedaban en reserva para acudir a proteger algún pueblo amenazado.
El desarrollo progresivo de otras formas de reclutamiento más selectivo no acabó con las obligaciones generales, reclutándose y organizándose milicias urbanas o rurales para la defensa local, establecidas en los Fueros y Cartas Pueblas. A partir del siglo XI, las poblaciones verían limitadas su obligación cuando tenían que incorporarse a la hueste real. Desde fines de ese siglo la nobleza aragonesa estaba obligada exclusivamente a la prestación de tres días de servicio gratuito al rey, privilegio que los fueros navarros extendieron al conjunto de la población.
Las Milicias Concejiles fueron movilizadas por los concejos o municipios mediante el llamamiento a las armas de todos los vecinos, de la ciudad o villa y de su término, que estuviesen en edad y condiciones de combatir. Se exceptuaban los casos de invalidez o enfermedad, aunque a veces se eximía también a los vecinos que hubiesen contraído matrimonio en el año en que se hacía el llamamiento.
La obligación de la milicia dependía de la condición económica de los afectados, que se dividían dentro de un mismo contingente en varios grupos: caballería, formado por caballeros que prestaban un servicio personal al rey en el marco del municipio, e infantería, cuyos componentes se dividían según sus medios económicos en lanceros, ballesteros y espingarderos.
Cada pueblo formaba su mesnada mandada por un mesnadero y cierto número de decenarios. Cada mesnada tenía su alférez o portaestandarte y un cursor o anubdador encargado de publicar el bando del señor o del merino. Las mesnadas podían ser de peones o escuderos y de ginetes o caballeros. Cuando se acercaba el peligro daba la señal el atalayero y el anubdador, con su bocina o añafil para el toque de llamada.
La Milicia Concejil era reclutada unas veces para incorporarla al ejército del rey y otras para defender a la comunidad local contra alguna agresión armada, o bien porque el concejo estimase necesario movilizar a sus vecinos, caballeros y peones, para emprender por su cuenta alguna campaña militar.
Estas milicias municipales no parecen haber constituido cuerpos armados permanentes, sino que su reclutamiento se hacía en tiempo de guerra y de ellas formaban parte los caballeros ciudadanos pardos (instituidos por el cardenal Cisneros durante su gobierno en Castilla, lo formaban hombres buenos y pecheros hasta el año 1518) y qüantiosos (milicia a caballo que se organizó después de la conquista de Granada para vigilar a los moriscos que habían quedado en el reino recién conquistado) de la ciudad o villa, los cuales solían reunirse una vez al año para la inspección o alarde (revista de tropas) de sus caballos, armas y arneses.
Los que por cualquier motivo físico o económico eran eximidos del servicio de armas pagaban un tributo de diferente denominación: anubda, fonsadera, carnero militar, castillería, escusado, caballería. Al peón que no se presentaba prontamente, al darse el apellido, se le cortaba la barba como castigo, siendo este castigo, el de la barba mesada o arrancada, un tormento de origen bíblico (Isaías 50, 6) que se siguió aplicando durante la época visigoda y la Reconquista.
Los Reyes Católicos renuevan el ejército con los piqueros suizos que participaron en la toma de la ciudad de Granada (la presencia de estos mercenarios está documentada en el Archivo General de Simancas en 1491). En esta guerra, de conquista del reino nazarí, los ejércitos de los Reyes Católicos estaban constituidos por aportaciones diversas y heterogéneas Entre las diversas tropas se habían reunido Milicias Concejiles y comarcales. En 1495, con un informe previo elaborado por Alonso de Quintanilla, se crea una Infantería Territorial de Reserva, una milicia de unos 100.000 hombres que debía estar disponible de forma permanente, y una nueva organización. Su objeto era el armamento del pueblo bajo la organización, dirección y control del monarca, proponiendo un modelo de milicia y un método de designación de los llamados al servicio militar. Durante estos años llegaron con frecuencia a tener movilizados 60.000 hombres y en la última campaña, la del cerco de la capital, parece que estaban en torno a los 80.000, un 25% más de las que habían sido habituales en las campañas anteriores y el doble de las que el rey de Francia tenía por esas mismas fechas. No obstante entre campaña y campaña, los reyes sólo mantenían en pie unos grupos muy reducidos de combatientes, con unos resortes de movilización eficaces que permitían llamar a aquellos ciudadanos que no formaban parte del ejército permanente y que podíamos citar como militares a tiempo parcial (reservistas), usando la denominación actual.